Manuel Ibiza-.
Le escapo a los funerales.
Me hacen tener en cuenta que algún día
yo voy a ser el invitado a esa fiesta de la muerte.
Las señoras llorando.
El cura.
Los hombres de negro.
La gente, afuera del velatorio fumando.
Cuidando de no contar anécdotas que
suenen a que no están del todo concentrados
pensando en el muerto.
Y sus familiares.
Los niños, desconcertados.
Los ancianos sentados.
Los constantes abrazos al familiar más cercano y dolido.
Un espectáculo de tristeza.
Con olor a café.
Hay gente, la mayoría de la gente, me parece
que necesita ir a los funerales.
Lo considera una despedida.
Un rito necesario para continuar con su vida.
Y para respetar al muerto.
Los que creen en Dios suelen llevarla más fácil.
Me gustaría poder creer en Dios.
Así no más fuera para poder asistir a los funerales.
Soportarlos.
Pero no me sale.
He intentado creer en Dios.
Muchas veces.
Lo he intentado con todas mis fuerzas.
Pero no me sale.
Le debo una disculpa, supongo.
a Dios.